sábado, 30 de mayo de 2015

Amnesia

No recuerdo los sucesos de ese día... 
Dicen que soy la superviviente de una enorme tragedia. 
Tampoco recuerdo nada antes de ese día... 
Dicen que ese día fue el fin de una era y el comienzo de otra. 
Es como si no hubiera existido antes de ese momento... 
Dicen que yo les salvé o ellos me salvaron a mí. 
No sé cuál es mi nombre... 
Dicen que me encontraron en muy buen estado. 
Me han destinado a un psicólogo...
Dicen que era un milagro.
Yo no le veo ninguna utilidad...
Dicen que la casa ardió, estaba por desmoronarse pero aguantó.
Es un señor bastante aterrador, me hace preguntas cuyas respuestas desconozco y me obliga a buscarlas...
Dicen, dicen, dicen.
... en mi interior.
Todo el mundo habla, yo me callo.
En mi interior no hay vida, lo descubrí cuando...
Todos me miran de manera hostil y yo no reacciono.
... grité y no hubo respuesta.
Dicen que la mente bulle gracias al eco que ella misma produce. 
Comprobé si yo poseía ese eco pero...
Dicen que quienes lo pierden todo, se olvidan de él.
... yo lo perdí.

jueves, 23 de abril de 2015

No entres dócilmente en esa buena noche

 No entres dócilmente en esa buena noche,
Que al final del día debería la vejez arder y delirar;
Enfurécete, enfurécete ante la muerte de la luz.

Aunque los sabios entienden al final que la oscuridad es lo correcto,
Como a su verbo ningún rayo ha confiado vigor,
No entran dócilmente en esa buena noche.

Llorando los hombres buenos, al llegar la última ola
Por el brillo con que sus frágiles obras pudieron haber danzado en una verde bahía,
Se enfurecen, se enfurecen ante la muerte de la luz.

Y los locos, que al sol cogieron al vuelo en sus cantares,
Y advierten, demasiado tarde, la ofensa que le hacían,
No entran dócilmente en esa buena noche.

Y los hombres graves, que cerca de la muerte con la vista que se apaga
Ven que esos ojos ciegos pudieron brillar como meteoros y ser alegres,
Se enfurecen, se enfurecen ante la muerte de la luz.
Y tú, padre mio, allá en tu cima triste,

Maldíceme o bendíceme con tus fieras lágrimas, lo ruego.
No entres dócilmente en esa buena noche.
Enfurécete, enfurécete ante la muerte de la luz.

En un día como este, las personas suelen regalar un libro y una rosa; pero como no es el caso, he decidido compartir con vosotros un poema de Dylan Thomas, mi favorito en estos momentos.
Feliz Día del Libro.

martes, 21 de abril de 2015

Palabras

Copyright @amylshariel (mi cuenta de Instagram)


Cuando la fuerza de mis palabras sobrevive al fuego y se niega a convertirse en cenizas.
Cuando la debilidad de mis palabras se impone al viento y renuncia a ser conducida por él.
Cuando el destino de mis palabras sea escrito por ellas, mis palabras... Supongo que entonces renaceré con toda mi gloria y sucumbiré al miedo y a la desesperación. Supongo que entonces seré capaz de luchar con todas las de la ley. Supongo que entonces encontraré aquello que ando buscando y que todavía desconozco. 
Hasta entonces solo seguirán siendo palabras.

Gato en la ventana

Desde mi ventana, veo la otra ventana. La que está en frente de la mía. En ella hay una mujer que se sienta delante de una mesa y escribe, supongo... No estoy segura porque siempre está de espaldas. Se pasa todo el tiempo ahí sentada, haciendo lo que sea que esté haciendo y no se cansa.
La señora tiene un gato, blanco y marrón claro, como anaranjado... El felino se pone en la ventana y me observa. Nos observamos mutuamente.
Yo pienso en todo tipo de cosas.
Él... no sé lo que piensa él. Humanos..., creo. No sé. Ni siquiera soy un gato.
El gato se pone en la ventana, he dicho; y el dichoso no tiene miedo de caerse. Será porque sabe que posee siete vidas o que sabe que sea cual sea la altura a la que un animal de su especie se precipite al vacío siempre aterrizará bien. ¿Sabéis por qué los gatos siempre caen "bien"? Por la cola. Córtale (no lo hagas) la cola a un gato y perderá toda su agilidad, flexibilidad y majestuosidad.
La cola lo es todo, sin ella no son nada.
Y yo siento que he perdido mi cola. Pero vuelve a crecer... me han dicho. Por eso lo observo. Por eso estoy allí cada vez que se asoma a la calle a admirar o a menospreciar (de nuevo: no sé qué es lo que pasa por la cabeza de un gato) a los humanos que hacen sus vidas a siete pisos de distancia.

miércoles, 1 de abril de 2015

Phoen: army of me

Stand up
you've got to manage
i won't sympathize
anymore

Phoen cae al suelo, arrastrada por la corriente helada, choca contra una lápida y reprime un grito. Levanta la cabeza justo en el momento en el que una nueva ráfaga de aire se disparada directa hacia ella y la esquiva a duras penas. Jadea, está cansada y le arden los músculos de todo el cuerpo y eso que la batalla acaba de empezar. Mira a su oponente, es un espíritu maligno de los que pueden tomar cualquier forma que se les antojase... argh, no recuerda su nombre ni nada más de sus habilidades; ahora entiende por qué Sebas se pasa todos los día pegado a los libros de texto... o algo así.
Suspira, decide acabar ya con todo esto. Sigue corriendo por el cementerio, esquivando los ataques de distancia del demonio, se esconde detrás del panteón de los Gautier y cierra los ojos. Nota que el aire se enfría a su alrededor, respira lenta y profundamente. 
Ahora ya lo siente, el poder se dispara desde lo más profundo de su ser, primero lentamente y después de golpe. Su cabello pierde su brillo rojizo y adquiere uno plateado que quema la goma que lo retiene y se eleva desafiando la ley de la gravedad.

You're allright
there's nothing wrong
self-sufficience please!
and get to work

—¡Ya es hora de divertirnos, Brisingr!— Sus ojos crepitan de la emoción.
Sale de detrás del panteón en el preciso momento en el que una bola de nieve lo destruye.
—Ay, jolines, me tocará a mí reconstruirlo. Maldito demonio, ¡me las pagarás!
—Vamos, Phoen, eso no es nada, concéntrate. No todos los días se mata a un demonio.
—Exacto, idiota. ¡Brisingr, ARDE!

You're on your own now
we won't save you
your rescue-squad
is too exhausted

Phoen corre lo más rápido posible directamente hacia el demonio, con la espada en mano derrite las bolas de nieve que le lanza su oponente. Quiere acabar de una vez por todas, Sebas se enfadará si no se presenta en cinco minutos a cenar. Salta dejando que una bola de nieve destroce otras tantas lápidas a su paso y salta dando un grito.

And if you complain once more
you'll meet an army of me

Aterriza sobre el monstruo que choca bruscamente sobre el suelo, saca a Brisingr de su pecho y como por arte de magia, el enorme demonio desaparece de debajo de sus pies. Envaina a la espada de cristal y su pelo y ojos vuelven a la normalidad. Se ríe con ganas hasta que escucha una voz a sus espaldas.
—Veo que te diviertes mucho, Phoen.
Oh, mierda, es Sebas. Se gira hacia él y sonríe avergonzada.
—Vale, vale. Lo sé, prometo arreglar todo esto— dice señalando a su alrededor.
Sebas la mira y levanta una ceja, expectante.
—Oh, vamos Sebas. ¿Que no ves los destr...?
Se queda muda al ver que todo está en su sitio, incluso el panteón de los Gautier está en pie y entero.
—Si has acabado tu turno de noche, vamos adentro que la cena está preparada.
Y tras esto, Sebas se dirije hacia la casita.
Phoen agarra fuerte su espada de madera y lo sigue, cabizbaja.
—Algún día me creerás, Sebas.
Éste la mira con dulzura y tras poner los ojos en blanco, le dice con una voz demasiado dulce para él.
—Cuéntamelo, entonces, pequeñaja.
Phoen comienza su asombroso relato de cómo ha conseguido derribar a un malvado demonio con la ayuda de su espada de cristal, Brisingr. En la zona más alejada de la verja, se halla una mancha negra que se evapora poco a poco con la luz de la luna y a su lado, los restos de lo que una vez fue una goma de pelo.

lunes, 30 de marzo de 2015

El elefante encadenado

Soy una fiel creyente de que no somos nosotros los que encontramos las cosas, sino que ellas nos encuentran a nosotros. Dichas cosas podrían ser de diversa índole: un libro, un relato, una canción, un objeto... todas ellas son como amuletos que aparecen de vez en cuando en nuestras vidas para recordarnos que no perdamos la esperanza, las ilusiones y que nuestros demonios están allí por algo. Nos amargan la vida por algo y que tarde o temprano hemos de aceptarlos y lo que es más: superarlos.
En estos días oscuros, el psicodramaturgo Jorge Bucay, autor de varias obras y relatos cortos cuya finalidad es instarnos a reflexionar, me ha encontrado en el vasto mundo de Internet y he sentido la necesidad de compartir uno de sus relatos con vosotros. 
Sin más dilataciones, os dejo leerlo tranquilamente y espero vuestros comentarios al respecto.

El elefante encadenado, obra de Jorge Bucay.

Cuando yo era pequeño me encantaban los circos, y lo que más me gustaba de los circos eran los animales. Me llamaba especialmente la atención el elefante que, como más tarde supe, era también el animal preferido por otros niños. Durante la función, la enorme bestia hacía gala de un peso, un tamaño y una fuerza descomunales... Pero después de su actuación y hasta poco antes de volver al escenario, el elefante siempre permanecía atado a una pequeña estaca clavada en el suelo con una cadena que aprisionaba una de sus patas.
Sin embargo, la estaca era sólo un minúsculo pedazo de madera apenas enterrado unos centímetros en el suelo. Y, aunque la cadena era gruesa y poderosa, me parecía obvio que un animal capaz de arrancar un árbol de cuajo con su fuerza, podría liberarse con facilidad de la estaca y huir.
El misterio sigue pareciéndome evidente.
¿Qué lo sujeta entonces?
¿Por qué no huye?
Cuando tenía cinco o seis años, yo todavía confiaba en la sabiduría de los mayores. Pregunté entonces a un maestro, un padre o un tío por el misterio del elefante. Alguno de ellos me explicó que el elefante no se escapaba porque estaba amaestrado.
Hice entonces la pregunta obvia: «Si está amaestrado, ¿por qué lo encadenan?».
No recuerdo haber recibido ninguna respuesta coherente. Con el tiempo, olvidé el misterio del elefante y la estaca, y sólo lo recordaba cuando me encontraba con otros que también se habían hecho esa pregunta alguna vez.
Hace algunos años, descubrí que, por suerte para mí, alguien había sido lo suficientemente sabio como para encontrar la respuesta:
El elefante del circo no escapa porque ha estado atado a una estaca parecida desde que era muy, muy pequeño.
Cerré los ojos e imaginé al indefenso elefante recién nacido sujeto a la estaca. Estoy seguro de que, en aquel momento, el elefantito empujó, tiró y sudó tratando de soltarse. Y, a pesar de sus esfuerzos, no lo consiguió, porque aquella estaca era demasiado dura para él.
Imaginé que se dormía agotado y que al día siguiente lo volvía a intentar, y al otro día, y al otro... Hasta que, un día, un día terrible para su historia, el animal aceptó su impotencia y se resignó a su destino.
Ese elefante enorme y poderoso que vemos en el circo no escapa porque, pobre, cree que no puede. Tiene grabado el recuerdo de la impotencia que sintió poco después de nacer.
Y lo peor es que jamás se ha vuelto a cuestionar seriamente ese recuerdo.
Jamás, jamás intentó volver a poner a prueba su fuerza...
Todos somos un poco como el elefante del circo: vamos por el mundo atados a cientos de estacas que nos restan libertad. Vivimos pensando que «no podemos» hacer montones de cosas, simplemente porque una vez, hace tiempo, cuando éramos pequeños, lo intentamos y no lo conseguimos. Hicimos entonces lo mismo que el elefante, y grabamos en nuestra memoria este mensaje: No puedo, no puedo y nunca podré.
Hemos crecido llevando ese mensaje que nos impusimos a nosotros mismos y por eso nunca más volvimos a intentar liberarnos de la estaca.
Cuando, a veces, sentimos los grilletes y hacemos sonar las cadenas, miramos de reojo la
estaca y pensamos:
No puedo y nunca podré.  

sábado, 28 de marzo de 2015

Cállate

Cierro los ojos; respirando metódicamente. No soporto el ruido. El ruido que hacen las cuerdas vocales con la ayuda del aire, los labios y etcétera. ¿Como pueden hablar... tan alto?
Molestan, me molestan.
-Qué te calles, pesao.
Suelto, gritando lo justo. No me gusta gritar pero si me ponen nervioso he de hacerlo, en momentos como estos está justificado. 
Los vuelvo a observar,  siguen con lo mismo, qué pesados...
Unos pensamientos o más bien  unas voces empiezan aflorar desde lo más hondo de mi mente y sé lo que quieren antes siquiera de manifestarlo de forma sigilosa porque tampoco soportan hablar. Qué pereza, tío...
Soy muy perezoso. Soy el tipo que siempre se siente en el rincón más alejado de la clase para pasar desapercibido y callarse; que observa todo lo que hacen los demás y qué pereza... 
Tampoco me gusta pensar. No sé ni por qué existo. Es todo muy... ridículo.
Levanto la cabeza y me encuentro con la cara de un compañero moviendo los labios, no sé lo que me está diciendo.
Asiento lentamente y reprimo mi coletilla "cállate" para decir un desganado acompañado con una mirada hacia el suelo donde puedo ver a mi padre gesticular de forma exagerada y disparando pequeñas gotitas de saliva que aterrizan en mi cara, cuello y hombros.
—Tierra llamando a Hassan—. Hassan es el nombre que me han impuesto en clase por ser tan moreno, alto, delgado... en definitiva, por tener esta apariencia extranjera, diferente.
Sigo mirando a mi compañero sin hacerle caso, solo puedo ver la cara de mi padre, que me sigue gritando. 
Se pasea de un lado a otro en la habitación, detrás de él está la foto de mi difunta madre. Y recuerdo cómo lo hizo él para callarla  cuando se ponía insoportable. Y ahora él está haciendo lo mismo que ella en aquel entonces: ponerse insoportable. Insoportable, tan jodidamente insoportable. 
Recuerdo que cerré los ojos y me moví sin hacerle caso a los gritos desesperados de mi padre. Recuerdo que finalmente se acabaron los malditos gritos y las puñeteras súplicas, también las maldiciones. Mi padre me maldijo, justo antes de morir, justo antes de matarlo con mis propias manos.
De pronto se me nubla la vista, mi compañero me mira raro, murmura algo, supongo que mi nombre. Y no soporto que lo haga.Quiero borrar de la faz de la Tierra mi nombre. Quiero eliminar al tipo que mató a su propio padre y quiero callar las voces.

Cállate.