sábado, 15 de agosto de 2015

La vida de un escritor...

... que ha fracasado antes siquiera de intentarlo.

Aquí me armo de valor en esta tarde-noche de viernes, con The Smiths como banda sonora, para invocar historias recónditas. Me encuentro sentado en un banco de mármol cualquiera, observando a la gente pasear.
Siempre he considerado que observando se obtiene más información que hablando y así es...
El cielo ya ha oscurecido hace bastante rato; no hay estrellas, solo lo que parece ser nubes que se tiñen de negro. Negros, también, son los ropajes de los viandantes. Como almas en pena, siguen sus caminos infinitos. La única iluminación que hay es la de las farolas, los negocios y los ruidos... son los ruidos de la vida nocturna en su génesis.
—¡Vamos, tío! ¡Mójate!
Grita un muchacho de apenas quince primaveras a su compañero, instándole a probar con su skater.
Yo, bolígrafo en mano, soy un espectador que anota todo lo que ven sus ojos y perciben sus sentidos. Me dedico a describir la escena de los muchachos pero enseguida me interrumpe una niñita con unos tirabuzones negros preciosos que absorben la luz noctívaga.
—¿Por qué estás haciendo los deberes de noche?
Sus inusuales ojos color amatista, me miran expectantes con la inocencia todavía conservada.
—No estoy haciendo los deberes...
—¿Y qué haces?— me vuelve a interrumpir moviendo su cabecita, lo cual provoca que sus rizitos se estiren como si de un muelle se trataran.
—Estoy escribiendo.
—¿Escribiendo qué?
Y eleva sus manitas en gesto de interrogación.
—Historias, soy un escritor...
... aficionado, pienso para mis adentros.
¡Qué chulii!— dice, aplaudiendo, probablemente sin saber realmente qué es un escritor.
No añade nada más, solo se queda donde está; esperando que yo siga escribiendo, supongo. Yo miro a nuestro alrededor, buscando a sus padres que sin duda estarán muy cerca o de pie en la plaza o sentados en alguna cafetería cercana; mas no logro encontrarlos.
—¿Y qué miras ahora?
—Estoy buscando a tus padres.
Le contesto todavía inmerso en la búsqueda, por lo que no le doy mucha importancia a lo que dice a continuación:
—No tengo padres. Me has llamado, así que he acudido a ti.
—¿Cómo te llamas? ¿Sabes cómo se llaman tus padres?— contesto yo, sin embargo.
Ella mantiene su mirada fija en mí y por un momento su insólito iris me provoca un escalofrío.
—Vamos a buscar a tus padres, anda...
Le digo, incorporándome y tendiéndole la mano. Ella, no obstante, me mira decepcionada y se va en la dirección contraria dando saltitos conforme sus bucles, asimismo, dan saltitos como si estuvieran vivos.
Regreso a mi asiento y me pongo manos a la obra con lo que tenía escrito; pero en el último momento levanto la mirada y veo cómo la chiquilla sin padres atravesa una pared para después desaparecer como si nunca hubiera existido.

2 comentarios:

  1. Un microrrelato muy bien narrado, que te mantiene en un interés constante. Sencillo, de atmósfera calma, nos transporta hasta ese inquietante desenlace. Esa pequeña que desaparece fantasmagoricamente ante los ojos del protagonista. ¿Una musa rechazada por el escritor? Un final abierto que invita a la libre interpretación del lector. Me ha gustado este breve texto.
    Saludos, Amy.

    ResponderEliminar
  2. No tenía la mente de escritor, se olvidó de la musa. La realidad se metió en su cabeza sin llegar a saber que delante de él tenía la inspiración que no llegaba. Genial. Un abrazo.

    ResponderEliminar

Este blog se nutre a base de vuestras visitas y comentarios, no dejéis que muera de hambre...