De pequeña solía ver cosas que nadie podía ver. En realidad solo era una.
Solía pasar a altas horas de la noche, cuando se acercaba el momento en el que el sol se asomaba de entre las montañas.
Solía pasar en verano, durante esas largas noches de calor e insomnio.
Todos los veranos íbamos a la granja del abuelo. Mi abuelo no tenía televisión, solo una radio estropeada por lo que pasábamos el día en el campo, jugando entre la vegetación.
A mí, especialmente, me gustaba recoger ramos de flores cuyas nombre desconocía y regalárselos al abuelo como una especie de soborno a cambio de escuchar una de sus historias después de la cena. Y así sucedía; mientras comía sandía escuchaba entusiasmada las historias que contaba el abuelo. La mayoría hacían referencia a sus días en el ejército, esas me gustaban. Pero había otras totalmente distintas, como las aventuras de Alí Babá y Aladín... esas me fascinaban.
Como en aquel entonces no sabía leer ni escribir, me hacía con una hoja en blanco y un bolígrafo y fingía que sí sabía. Dibujaba garabatos incomprensibles a modo de palabras mientras el abuelo nos relataba esos cuentos. Y seguía haciéndolo a la luz de la Luna cuando todos dormían.
Por esa razón me mantenía despierta hasta el alba, imaginando historias y dibujándolas. Y durante esos momentos de paz ocurrió.
Los invocaba cuando mantenía mi mirada fija en la nada y al poco tiempo aparecían. La primera vez me asusté. ¿Qué eran esos puntitos de luz brillantes? ¿Acaso eran insectos?
Alguna vez me explicó mi hermana que existe cierta clase de insectos que producen luz propia. Luciérnagas se llaman, pero yo desconocía el nombre en aquel entonces.
Esos diminutos puntitos de luz parecían inofensivos, sin embargo. Se desplazaban de aquí para allá mediante trayectorias curvilíneas. Era como si estuvieran bailando.
Pronto me olvidé de las historias y los garabatos y soñaba despierta esperando a esos seres brillantes con los que me divertía muchísimo.
A causa de pasar las noches sin dormir, al día siguiente me costaba trabajo despertarme, por ello mi madre me gritaba y obligaba a dormir a la hora que debía.
Un día le conté a mi hermana mayor sobre los seres brillantes, le pregunté si también los había visto alguna vez. Sin embargo, me miró extrañada y se lo acabó diciendo a toda la familia que se río de mí y me llamaron lunática y loca, entre otras cosas...
Ahora lejos del campo y de las estrellas sigo fiel a mis noches de insomnio. Esta vez ya no dibujo garabatos incomprensibles, sino que escribo historias reales y ficticias. Leo sobre otras y amplio mi imaginación con estas prácticas. Y me sienta bien.
Pero hay veces en las que me quedo mirando el vacío, esperando reencontrarme con ellos. Creo que por temor a ser llamada lunática y loca por el resto de mi vida dejé de creer en aquellos seres brillantes y ellos, a su vez, dejaron de creer en mí. Mas después de tantos años, ya no me importa, solo quiero volverlos a ver.
No obstante, ya es demasiado tarde.
Ya nunca aparecen.
He leído esta vez un poco.
ResponderEliminarMe a gustado en la forma y manera.
Un saludo y buenas noches Amy.