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—¿Qué me dices el tiempo? ¿Cómo lo puedo detener?
Pregunto, desesperado y con el corazón encogido.
—Que no te engañen, es de lo más fácil...
—¡Dímelo, por favor!— Le corto, levantándome de pronto y dando un golpe a la mesa que la taza del café a punto estuvo de volcarse.
Nos miramos a los ojos; los míos ardiendo, los suyos vacíos.
—Existen dos formas: bien muriendo con el corazón contento o bien viviendo un suplicio desgarrador...
>>Pero mientras lo piensas, él sigue su rumbo. Como debe ser.
Que guapos escritos ...Los míos ardiendo,los suyos vacíos.
ResponderEliminarUn saludo Amy .