Cielo azul y claro con el sol en lo alto del firmamento. Un tiempo idílico, a no ser por el ambiente que se respira en el cementerio, un sitio donde la alegría nunca tuvo ni tendrá lugar.
Una docena de personas, hombres y mujeres, con ropajes negros de luto se encuentran dispuestas en circulo alrededor de un ataúd que está a punto de ser enterrado. Todos lloran a su muerto a excepción de una persona, una mujer que sobresale del resto: vestida de blanco de los pies a la cabeza, cubierta con un velo. En sus ojos se advierte un gran pesar, de esos que te destrozan el alma en diminutos pedazos que se pierden entre la niebla de la desesperación. Sin embargo, se le ve entera.
Allá en el horizonte, se deja entrever un árbol solitario, sin hojas, en sus ramas se hallan expectantes unas cuantas aves negras como la noche: son cuervos, cuyos ojos rojos están llenos de una hambre enfermiza. Echan a volar espantados cuando de la nada surge un grito ensordecedor.
De vuelta en el cementerio, la mujer de blanco está manchada de barro, sangre fresca y un líquido incoloro.
Se están formando nubes negras en el claro cielo, tapando el sol y creando un ambiente nada acogedor. El viento empieza a aullar cada vez más fuerte y lleva consigo otro grito, el grito de la vida que va seguido del de la muerte.
El ataúd ya está enterrado y a su lado yace el cuerpo sin alma de la dama de blanco, a sus pies, una niña recién nacida llora desconsoladamente.
Años más tarde...
<<La gente teme los cementerios porque nunca ha estado en ellos con intención de quedarse>>.
Cierra el libro y piensa. Un rato después coge el teléfono móvil y manda un mensaje. Espera. El cacharro vibra, lo coge, sonríe y teclea rítmicamente una respuesta. Espera, se repite el mismo proceso. A la tercera vibración, reflexiona. Jo, qué difícil. Se le ocurre una tontería, la teclea y espera. "JAJAJAJAJAJAJA". Sonríe satisfecho. Deja el móvil a un lado, confirma que ha puesto la alarma y se vuelve a acurrucar debajo de las sábanas. Tarda media hora en conciliar el sueño. Sueña con una niña que llora.
En otra habitación, bastante lejos de la ciudad. Una chica mira risueña su móvil. Lo deja a un lado, se pone las botas de cuero y sale. Es noche cerrada, mucha gente estará durmiendo o si no, preparándose para dormir. Piensa en él. Sonríe otra vez pero en seguida se le borra la sonrisa. Ha captado un movimiento en el lado más alejado de la verja. Saca una goma de pelo de su bolsillo izquierdo y se recoge su cabellera escarlata en una cola de caballo. Se pone el abrigo negro de cuero. Empuña su espada de cristal. Susurra un nombre.
—¿Qué hacemos hoy, Phoen?— pregunta el aludido.
—Lo que hacemos siempre, idiota. Divertirnos.
Y sale corriendo hacia el lado más alejado de la verja.
¡Pero qué interesante! Cuando he empezado a leer sobre cementerios y sangre, a pesar de lo GENIAL que está escrito, pensaba que no me iba a gustar mucho, pero me he quedado con ganas de más. ¿Hace falta que te repita el talento que tienes? Es admirable que escribas así habiendo venido de otro lugar y con otro idioma, y yo, que llevo aquí toda la vida, no hago nada del otro mundo.
ResponderEliminarEn fin, ya me explicarás mejor de qué va la historia, ¿eh?
¡A sonreír y a seguir viviendo!
¿Es Phoen el bebé que llora desconsolado ante el cuerpo de la dama de blanco? ¿A quien entierran años atrás en aquel sombrío cementerio? Y muchas otras preguntas que se dan a partir de un microrrelato inquietante y oscuro con mucho más por descubrir. Magnífico, Amy.
ResponderEliminarSaludos, Compañera.