Acabo de borrar un intento de poesía. Se suponía que trataba sobre un paraguas amarillo, lo que significa para mí, lo que significa para sus creadores, lo que significaría para vosotros pero... no lo conseguí. Puede que llamarlo "intento de poesía" no le hace justifica, ni siquiera es eso; palabras escritas sin ton ni son, una delante y encima de la otra desobedeciendo completamente todas las reglas métricas existentes, desprovistas de vida, de emoción o pasión. Desprovistas de sentimientos. Muertas y ordenadas como esqueletos de arcilla.
Tampoco soy fan de la poesía. La disfruto y la comparto pues es bella pero lo mío es la prosa. Y aun así... me siento atraída por ella. Cuando creé esta entrada, que pocos minutos después la eché al baúl de los borradores, la poesía parecía ser mi centro de gravedad y no podía dejar de orbitar alrededor de ella. Ojo, eso no quiere decir que me pasaba todo el día leyendo poesía. Soy una pésima lectora de poesía. A veces no entiendo cómo puede la poesía conmover a tanta gente... ¿cómo no os podéis fijar más en la prosa? Mi querida prosa, que últimamente la estoy dejando de lado.
En mi mente, poesía y prosa son dos protagonistas de una misma historia. La poesía hace el papel del personaje frío, distante y arrogante aunque lleno de amor por dentro y es capaz de dar su vida por mí. La prosa es el personaje amigo, a quien recurro siempre que la poesía me rompe el corazón; él me consuela, me aconseja, me perdona tantas veces sean necesarias aunque eso suponga la destrucción de su enorme y cálido corazón.
En mi inmensa imaginación, poesía y prosa parecen formar parte— una muy importante parte— de mi vida. Sin embargo, no las incluyo. Las excluyo. Y por ello y de alguna manera, con paraguas amarillo esperaba representar, simbolizar, toda esta confusión pero la poesía me ha roto el corazón y ahora es el turno de la prosa de sanarlo, a costa del suyo propio.